La Anunciación, Simone Martini, 1333
Entre las distintas tendencias que salpican el panorama pictórico europeo del periodo gótico, surge en Italia y más concretamente en la ciudad de Siena, una corriente preciosista y marcada por una exquisita sensibilidad que llegará a crear escuela. Es la Escuela Sienesa, caracterizada por un estilo lleno de delicadeza, que entronca perfectamente con el gusto aristocrático y refinado de la nueva aristocracia urbana, pero que además coincide también con la estética del Gótico clásico, que puede rastrearse también en las obras de escultura de este mismo periodo.
Por tanto la pintura sienesa, aunque coincidente en el tiempo del Trecento italiano, está lejos del carácter robusto y volumétrico de la pintura de Giotto, pero tiene puntos de encuentro con el Estilo Internacional y con el gusto del gótico clásico francés. Le separa del primero una mayor carga de sensibilidad basada sobre todo en el tratamiento sutil y delicado de la línea, y le aleja del segundo un menor amaneramiento.
En cualquier caso se trata de una apuesta por la pintura aristocrática, sensual, suave, sutil, elegante y refinada, que dará lugar a tablas de una incuestionable belleza.
Entre sus representantes más conocidos destacaría en primer término las figuras de Duccio di Buoninsegna y Simone Martín, aunque podrían añadirse también en este mismo grupo a Cimabue, Lippo Memmi e incluso los hermanos Lonrezetti, si bien éstos últimos (y especialmente Ambrosio), también pintores del Trecento y formados en Siena, serán principales impulsores de la corriente del Gótico Internacional.
De Simone Martín (Siena 1284-Avignon 1344) no sabemos mucho acerca de su vida, al menos hasta que aparcen documentadas sus primeras obras ya en 1315. A partir de entonces se multiplican sus encargos y siempre dejando estela de su estilo personal lleno de encanto y belleza por el tratamiento tan personal del trazo y del color que utilizó en sus tablas.
Entre ese amplio repertorio de Simone Martín, se cuentan dos bellas Aunciaciones: un díptico, conocido precisamente como el “Díptico de la Anunciación”, o Altar de Orsini, hoy en el Museo Real de Amberes, y su obra más conocida y popular, el Retablo de la Anunciación. Un tríptico en este caso, cuyo título completo sería en realidad el de “La Anunciación entre los santos Ansano y Margarita”, pues ellos dos son los personajes que aparecen en los espacios laterales, enmarcando la escena principal de la Anunciación. Ansano por ser el patrón de Siena y Margarita por su invocación en los alumbramientos. En los medallones de la parte superior, se representan cuatro profetas: Jeremías, Ezequiel, Isaías y Daniel.
En el centro de la obra se representa el motivo principal de la escena, con el ángel San Gabriel notificándole a María la buena nueva, en este caso, no sólo a través de la expresión y las actitudes de ambos personajes, que ya son de por sí explícitas, sino también a través del texto que surgido de los labios del ángel se reproduce sobre el fondo dorado: "Ave María, gratia plena, Dominus tecum". Sobre ellos el Espíritu Santo revolotea rodeado de querubines.
Por tanto el motivo iconográfico insiste en el tema de la Anunciación, tan frecuente por tanto en este periodo, y que está en relación con el mayor protagonismo adquirido por el tema mariano en el estilo gótico.
La obra la realiza en colaboración con su cuñado Lippo Memmi, que ya hemos comentado que es otro de los nombres propios de la Escuela Sienesa, aunque no se sabe a ciencia cierta qué es lo que hizo cada uno de ellos sobre esta obra. De todas formas en el panel central del tríptico se advierten todas las características que en otras obras definen el estilo delicado de Simone Martín, por lo que habría que considerarle como autor principal.
La pintura que se desarrolla en Siena durante este periodo se caracteriza por alejarse de aquellos aspectos que habían definido la pintura románica. Sigue siendo, eso sí, una pintura de tema religioso en su gran mayoría, pero ahora no se trata de reproducir símbolos, como ocurría entonces, sino de reproducir la realidad de una forma más verdadera y creíble. Cambia por tanto totalmente la forma de pintar.Para empezar la pintura se realiza sobre tablas de madera y no sobre las paredes de las iglesias, que ahora están ocupadas por las grandes vidrieras de las catedrales.
En segundo lugar su trazo es mucho más fino y delicado, porque además se trata de una pintura dirigida a gente más refinada y exquisita. Y por supuesto se trata de conseguir un mayor realismo en todos los aspectos: en las formas de los cuerpos, en el trabajo de los ropajes, en la sensación de profundidad que nos producen las escenas, o en el tratamiento del color, que ya no será plano como en época románica, sino con un claroscuro que nos transmite una mayor sensación de volumen en las figuras.
La obra, insistimos en que es una tabla con todo el carácter sutil y aristocrático propio de la pintura sienesa y de su autor. Así lo prueba en primer término el tratamiento de la línea. Una línea fina, sinuosa en su ritmo y delicadísima en su aplicación, que marca el tono sensual de la obra y en cuyo espacio las dos figuras parecen gravitar.
La línea, como hemos dicho es muy fina y precisa, y si nos fijamos, vemos que sigue en todas las figuras un trazado curvo y en forma de “S” que acentúa la delicadeza de la escena. Los colores son muy llamativos, lo mismo los amarillos de oro del fondo que la combinación de azules y rosas, muy delicados, del Arcángel y la Virgen. Por otra parte la expresión es mucho más humana que divina, y así se destaca la humildad de Gabriel al darle la noticia a la que será madre de Dios, y la postura vergonzosa de la Virgen, que recibe la noticia con timidez.
Compositivamente la escena se equilibra en una estructura simétrica, en la que los dos personajes se abren en sendas curvas divergentes para ampliar el espacio de la composición.
Detalles como los dedos filiformes de los protagonistas enriquecen el tono distinguido de la obra. Como también ocurre en el búcaro con los lirios, símbolo mariano de pureza y virginidad, que marca el eje de simetría en el centro de la composición. Todo es bello y delicado en esta tabla, que cuenta también con otra característica habitual en las pinturas góticas, como es la decoración con formas de la arquitectura en todo el cuadro, cubiertas con tonos dorados.
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