La pintura del Trecento italiano rompe con la tradición anterior, rígida y simbolista y apuesta ahora por la belleza naturalista y el juego de volúmenes. Pero este proceso no hubiera tenido el desarrollo que tuvo sin la presencia fundamental de Giotto di Bondone.
No olvidemos que estamos muy a principios del S. XIV, por ello su cambio de estilo resulta tan revolucionario. Es Giotto el que introduce en la pintura la sensación de volumen, el tratamiento perspectivo buscando la tercera dimensión sobre la superficie pintada, y un naturalismo inexistente hasta entonces. Y lo que es más importante, dota a sus personajes de una profundidad psicológica, que les insufla vida propia, llenos de emotividad y presencia viva. Aspecto este que sorprendería especialmente a sus contemporáneos. Volumen, naturalismo, profundidad y espacio, y un fuerte caráter expresivo, son sus aportaciones, que abren de par en par las puertas de la pintura del Renacimiento, cuyos artistas beberán continuamente en el legado de Giotto.
Sus mejores obras se realizan al fresco, principalmente en tres grandes trabajos: en la Capilla de los Scrovegni de Padua; en la Iglesia superior de San Francisco en Asís, donde son muy famosos sus ciclos sobre la vida de San Francisco, y en los muros de la Iglesia de Sante Croce en Florencia, donde se representan las vidas de San Juan Bautista y San Juan Evangelista, y nuevamente episodios de la vida de San Francisco.
Frescos de la Capilla Scrovegni o de la Arena de Padua, de Giotto
De arriba a abajo: Vista general de la capilla, esquema de los ciclos de pinturas, El Prendimiento, La expulsión de Joaquín del templo, la Creación de Adán en una cenefa decorativa y La Desesperación, uno de los Siete Vicios.
Fue Enrico Scrovegni
entre 1303 y 1305 quien mandó levantar una capilla cerca de Padua,
que sirviera para la remisión de los pecados que su padre había
cometido como usurero. La capilla es un edificio rectangular y de
ladrillo al exterior y cubierto con una bóveda de cañón, que no
hubiera pasado a la Historia del arte de no ser por el fantástico
trabajo que realizara Giotto, cubriendo los muros de la capilla
con una serie de frescos, que constituyen uno de los referentes más
importantes del arte occidental.
Sirven además para confirmar la idea
de que Giotto personifica el comienzo de una etapa nueva en la
evolución del arte, con la que acaba el periodo medieval y comienza el
Renacimiento.
Ciertamente no fue Giotto un pintor cualquiera. Dice Vasari,
que era hijo de un campesino y que pasó su infancia como pastor, y el
mismo autor cuenta la famosa anécdota de que estaba el niño a los 11
años dibujando ovejas con tiza sobre una piedra cuando por casualidad
pasó por allí Cimabue y lo vio, y tan impresionado quedó, que
logró convencer a su padre de que entrara en su taller como aprendiz.
Cierta o no la anécdota, lo cierto es que Giotto fue discípulo de Cimabue
y que muy pronto sacó a relucir todo el talento que llevaba dentro.
Entre sus mejores obras destacan los frescos dedicados a la vida de San Francisco, tanto en la Basílica de Asís, como en la Iglesia de la Santa Croce de Florencia, así como la obra comentada de la Capilla Scrovegni,
en la que se reproducen escenas de la vida de San Joaquín y Santa Ana,
la vida de la Virgen y la de Jesús desde su infancia a su labor
doctrinal, para acabar con la Pasión y las lamentaciones por su muerte.
De entre todas las escenas pintadas por Giotto muchas son especialmente famosas por su calidad técnica, como la Huída a Egipto o el Beso de Judas
entre otras, pero dos de ellas resultan cuando menos curiosas, una
representa al donante, Enrico Scrovegni, arrodillado en la escena del
juicio Final ante la Virgen, ofreciéndole una réplica del edificio de la
capilla. La otra reproduce La adoración de los Reyes Magos, y es curioso que como estrella de Belén, Giotto,
represente una imagen de un cometa, que bien pudiera ser una réplica
del cometa Halley, que pudo verse en el cielo de Italia sólo unos pocos
años antes, en 1301, no siendo esta la primera vez que el famoso cometa
aparecía en una obra de arte, pues ya había sido representado tres
siglos antes en el Tapiz de Bayeux.
Una carga
de humanismo que se transmite a través de sus emociones y un concepto
más realista de la pintura, marcada por su concepción volumétrica y la
búsqueda de la perspectiva, marcan su estilo y con él, el nuevo camino
que se abre a la pintura moderna.
En este sentido una visita a la Capilla Scrovegni,
resulta emocionante, no sólo por el propio espectáculo que crea sobre
el espectador el conjunto mural, cuyo colorido y fuerza lumínica
envuelve literalmente al espectador en un mundo de pintura pura, sino
porque más allá de su fuerza visual se halla también el descubrimiento
de un arte nuevo que revolucionaría el mundo de la pintura.
Aquí se puede hacer una visita virtual a la capilla:http://www.giottoagliscrovegni.it/ita/visita/mappa_a.htm
En esta imagen podemos ver las principales características de la obra de Giotto en esquema.
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