CUBISMO, HUECO Y EXPRESIÓN
Pablo Gargallo: "El profeta" (1933). Madrid.
"Kikí de Montparnasse" (1928).
Cualquiera que recorra con tranquilidad las salas del Museo Nacional Reina Sofía, de Madrid, acabará tropezándose con una escultura que llamará poderosamente su atención: una figura en bronce satinado, que nos mira desde sus 235 cm. de altura, levantando amenazador su brazo derecho, mientras que con el izquierdo sostiene un largo cayado. Pero, en realidad, ¿está mirándonos? ¿Puede ser una figura humana ésta que se nos presenta llena de huecos los cuales, contra lo que pudiera pensarse, incrementan su propia personalidad escuálida?
Esa grandísima escultura, en todos los sentidos, es "El Profeta", con seguridad la obra más conocida del escultor aragonés Pablo Gargallo (1.881-1.934). Este artista, que estudió Bellas Artes en Barcelona, inició su trayectoria acogiéndose al canon habitual en la escultura: el realismo, pero a comienzos de siglo se traslada a París y allí coincide con algunos de los más destacados representantes de las vanguardias artísticas de la época. Este contacto provoca en Gargallo un importante cambio estilístico. Ahora sus obras son un claro ejemplo de la modernidad escultórica, con rasgos cubistas, expresionistas e, incluso primitivistas. El hueco, la antimateria escultórica por excelencia, forma parte de sus obras y adquiere una dimensión insospechada. las máscaras, las siluetas, las obras recortadas en chapa metálica, se adueñan desde entonces de la producción del aragonés.
Pablo Gargallo: "La tragedia" (1915).
"Greta Garbo" (1920).
Cuando Gargallo regresa a España en 1914, para ocupar una cátedra en Barcelona, su estilo es ya plenamente maduro. Sin embargo, problemas políticos le alejaron de nuevo del país: la llegada al poder del dictador Primo de Rivera le hace regresar al París de su juventud, en donde residió hasta su muerte que, sin embargo, le sorprendió en Cataluña. Un año antes había dejado concluida esa colosal obra con la que hemos inIciado este comentario. ese profeta que nos grita y nos sorprende a la vez, que no nos deja indiferentes.
JULIO GONZÁLEZ
ESCULPIR ES DIBUJAR EN EL ESPACIO
Escribir sobre un artista como el barcelonés Julio González (1876-1942) supone hablar del triunfo de las vanguadias escultóricas en España... aunque los hechos que lo explican se desarrollasen más allá de nuestras fronteras. Efectivamente, Gonzélez nació en el seno de una familia catalana vinculada durante dos generaciones a la orfebrería y en ese ambiente de la Barcelona modernista de fin de siglo aprendió las técnicas del trabajo con los metales y estudió Bellas Artes. Pero el joven quería dedicarse a la pintura y decidió trasladarse con su familia a París, ciudad en la que se estableció en el año 1900, casi al mismo tiempo que lo hacía Pablo Picasso, con quien trabó una fuerte amistad.
Arriba: Julio González: "Figura reclinada" (1934). Nueva York.
Abajo: Julio González: "Dafne" (1937). Venecia. // "Cabeza" (1935). Nueva York.
Pero en la capital francesa el joven artista va reduciendo su interés por la pintura, mientras retoma la tradición familiar de la orfebrería, mostrando desde entonces un creciente interés por la escultura. Es ahora cuando se fragua el talante de un autor imprescindible si se quiere conocer cómo ha evolucionado la escultura del siglo XX. González comienza realizando máscaras de metal en las que apreciamos la influencia de los planteamientos cubistas, pero trabaja también el modelado e incluso el relieve. Aprende además a manejar la técnica de la soldadura autógena, un procedimiento industrial, y muestra cada vez más un mayor interés por el hierro como materia prima de su obra, hasta el punto de llegar a instalarse durante algunos años en un taller de herrería.
De este modo, a fines de los años veinte, en plena madurez personal, Julio González ha encontrado ya su verdadera vocación: la escultura en metal, mientras inicia la construcción de un lenguaje expresivo propio que quedará sintetizado en su consideración de la obra escultórica como la tarea de "dibujar en el espacio". Esta reflexión ha de llevarle al interés por el dinamismo de la obra, al gusto por la simplificación de las formas y los volúmenes y al empleo del plano y la línea, acercándose a la abstracción. Sin embargo, deseoso de explorar todos los caminos, González aborda otro tipo de obras en el que el volumen es precisamente lo más importante. No se trata de un regreso a planteamientos tradicionales, sino de investigar las posibilidades que ofrece el trabajo con masas tridimensionales.
Julio González: Montserrat (1937). Amsterdam // "Monsieur cactus" (1939). Venecia.
Y llegamos así a 1936. Aunque se encuentra en Francia, González asiste atónito al comienzo de la guerra civil española y un año después participa con algunas de sus obras en el Pabellón que la República ha instalado en la Exposición Universal de París. De ese año es la "Montserrat" que simboliza su oposición a la negrura que comenzaba a ceñirse sobre España en forma de régimen fascista. Pero en esa misma época esculpe también su serie de los hombres cactus, en los que se evidencian rasgos surrealistas, que manifiestan la enorme versatilidad del artista.
González falleció en 1942. Se encontraba trabajando entonces en una "cabeza de Montserrat gritando", en la que los rasgos expresionistas son evidentes. Así pues, su fecunda trayectoria en las que estilos bien diversos se habían hermanado a la perfección se cerraba con un grito de dolor. El mismo dolor que se había adueñado de su país.
Julio González: cabeza de Montserrat gritando (1942). Barcelona.
Sobre Julio González es necesario consultar la página del IVAM, que guarda un elevado número de sus obras.
ALEXANDER CALDER Y LA ESCULTURA CINÉTICA
... Y SIN EMBARGO SE MUEVE
Alexander Calder: "Constelación vertical con hueso amarillo" (1947), Nueva York.
Alexander Calder: "Sin título" (1976). Washington.
Julio González: cabeza de Montserrat gritando (1942). Barcelona.
Sobre Julio González es necesario consultar la página del IVAM, que guarda un elevado número de sus obras.
ALEXANDER CALDER Y LA ESCULTURA CINÉTICA
... Y SIN EMBARGO SE MUEVE
Alexander Calder: "Constelación vertical con hueso amarillo" (1947), Nueva York.
Alexander Calder: "Sin título" (1976). Washington.
Siempre que hemos hablado aquí, hasta ahora, de esculturas lo hemos hecho para referirnos a una obra de arte en tres volúmenes caracterizada por su inmovilidad. Esa es la base de todos los planteamientos escultóricos que hemos analizado. El artista realiza su obra para que sea contemplada inmóvil y estática por el espectador, aunque éste pudiese emplear (si nos referimos al bulto redondo, sobre todo) diversos puntos de vista para su observación. Así había sido siempre y así seguía siendo en el siglo XX... hasta que llegó el norteamericano Alexander Calder (1898-1976).
Calder, miembro de una familia de escultores, estudió ingeniería y sin embargo no comenzó a dedicarse a la escultura hasta los 25 años, trasladándose un tiempo a París. Realiza en sus comienzos obras al estilo clásico, elaboradas con alambres. Pero a su regreso a los Estados Unidos, en 1931, comienza a experimentar la posibilidad de dar movimiento a las obras que realiza, diseñando sus primeras obras móviles (a las que se denominó "mobile". por oposición a las fijas, a las que se llamó "stabile"). Y aunque habían existido algunos intentos anteriores en este mismo sentido, podemos considerar que es a partir de las obras de Calder cuando se inicia la escultura cinética, dotada de movimiento.
Alexander Calder: "Flamingo" (1974). Chicago.
Pero, ¿cómo obtiene su movimiento una escultura? Pues de diversas maneras: con un pequeño motor, impulsadas por el viento si penden de un alambre, empujadas por la mano del mismo espectador (que participa así en la obra). En síntesis, Calder se acerca a la producción de esculturas con el espíritu de un niño que quiere jugar y divertirse y que goza además haciendo que los observadores de sus obras también se diviertan, que toquen, que empujen o que soplen. Estos mobiles son por lo general abstractos y su propia concepción dinámica permite que su apariencia sea cambiante. Muchas veces son de materiales ligeros, como el latón o la chapa, para que el dinamismo se incremente en mayor medida que si estuviesen hechos en materiales pesados.
Esa misma atracción por el abstracto llevó a Calder a fabricar sus stabiles, muchas veces de gran tamaño y que nos evocan en ocasiones animales o monstruos prediluvianos, pintados de colores alegres y vivos. Están quietos, pero parecen que van a ponerse a andar en cualquier momento y que van a atropellarnos, En conclusión, Calder, que también pintaba, revolucionó una de las artes plásticas que más seguía anclada en planteamientos tradicionales. Su intención fue siempre la de hacer una escultura... y sin embargo se mueve.
Alexander Calder: "Noche y día" (1964). Nueva York.
Existe una Fundación Calder en cuya completísima página web hay disponible mucha información sobre el artista: una cronología de su vida y numerosas imágenes de sus obras. Visitad después la web de la National Gallery de Washington para seguir un tour virtual organizado con motivo de una antológica de la obra de Calder.
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